Los franceses y los ingleses cuando llega el momento, se retiran,
nosotros nos jubilamos, palabra que recibe su sentido de las de jubileo y
júbilo. Así tenemos un descanso merecido y jubiloso. Con muchos matices. Hay
quien lo hace a su tiempo, o antes, parcialmente o se reengancha. La cinta
oficial, hasta hace poco, se cortaba a los 65, pero la cosa va subiendo, y
habrá que ver quién da más…
Cuando el jubileo te va llegando suceden algunas cosas. La primera, que
uno mismo detecta, es que has llegado a una cima señalada del calendario vital.
Y eso tiene un deje de supervivencia que sobrevuela sobre los golpes que uno ha
recibido, a estas alturas, hasta en el carnet de identidad.
Luego vienen las alegrías y felicitaciones de amigos y compañeros, lo que
seguramente corrobora esa idea de que el jubileo jubilar es como una fiesta
donde ya no habrá más lunes, ni siquiera viernes. Sólo queda un espectacular y
continuado fin de semana abierto a la actividad o a la inactividad según vengas
de esa condición ya establecida en tu vida anterior, que se nutría o no, al
margen de la actividad laboral y contractual, de las inquietudes personales que
son las que alumbrarán –si existen- tu discurrir por los nuevos caminos que la
vida te ofrece.
Y por qué no decirlo también, este movimiento alrededor de una cifra
viene a indicar que esta etapa que se abre –que en sí es ya un premio de
supervivencia como decíamos antes- es la última y definitiva en ese contrato
sin firma ni fecha de caducidad que a cada uno otorga la propia vida. Y como
eso es así, pues no queda otra que aceptarlo. Y, mucho más, disfrutarlo hasta
el final. Con salud, como me dicen todos los socios que ya alcanzaron el único
título que se otorga sin preparación, exámenes u oposiciones.
Ya escribía yo algo así hace algunos años:
Ya sé
que no volveré a tener veinte años
y que tengo el dudoso placer
(no por ello menos cierto)
de contemplar desde la cima
la mitad, o más –maldita sea-,
del trayecto andado.
Ahora
voy bajando la pendiente
sin saber dónde se oculta la meta,
pero con la credencial
de superviviente
de cincuenta primaveras,
veranos, otoños e inviernos…
Bueno, pues ya son más de 50. Bastantes más. También es cierto, por pedir
que no sea, que en ese mismo poemario (“La vida que te empuja”) se me ocurría
acabar un poema planteando
Que por tanto y con ánimo de enmienda,
pido prórroga, cuartel e indulgencia,
unos años al sol, el tiempo justo
que tarde en transcurrir la eternidad.
No tengo respuesta, todavía, a tamaña pretensión, pero sí otro poema para
cerrar esta reflexión Se trata, además, de una primicia. “Ruidos de fondo” será
posiblemente uno de los poemas que integren mi siguiente libro que, cuando vea
la luz, hará el número tres de los dedicados a la cosa poética.
RUIDOS DE
FONDO
Totus
mundus agit histrionem...
Petronio
Hay ruidos
de fondo,
aplausos
y algún
silbido,
pero sin
público;
debe de ser
el teatro
de la vida
que se
viene abajo
en el
último acto.
Y para celebrarlo, os dejo otra
canción. Tiene tanto que ver con lo escrito como cada uno quiera verlo. Pero
sí, yo siento que la vida es algo que encontramos, o robamos, de jardín en
jardín, de mordisco en mordisco, y que siempre seremos judíos o gentiles
errantes con pinta de pastores o vete a saber de qué y con el pelo blanco,
negro u ondulado, quien lo tenga, pero con esas trazas. Además a Moustaki le
queremos, porque él nos quería, como españoles y como ciudadanos metecos del
mundo. Y porque es una forma de no decirle adiós.
Por cierto, la versión elegida viene con la traducción en español e inglés, que eso es muy interesante para los que ya saben francés, pero sobre todo con imágenes de "El chico", una de las películas de Charles Chaplin. Tampoco sé si vienen muy a cuento, pero no importa, son maravillosas. Y, además, tampoco le dijimos nunca adiós a Charlot. Sólo hasta mañana, o hasta dentro de un rato.
Salud, Moustaki y Charlot para todos.