Empezamos el camino en Port Bou.
Hace mucho calor, julio de 2013. La carretera da justo para que nos podamos
cruzar con los coches que entran a España. Nosotros salimos hacia Francia. Es
la “retirada”, por eso junto a nosotros avanzan automóviles y autobuses llenos
de gente y militares copando todo el espacio. Ahora nadie podría venir del lado
contrario. Es febrero y hace mucho frio. 1936. Los que suben andando, cientos,
miles de personas, sobre todo mujeres, niños y ancianos, llevan si pueden
alguna manta por encima. Van despacio, no mucho más que los vehículos que
además se empiezan a arremolinar en los prados que rodean la frontera. Nosotros
hemos aparcado para ver el Memorial y las fotos de aquella tragedia. Los de la
retirada tienen hambre, piden agua, para los niños, por favor mesié gendarme, todos
esperan, incluso días, hasta que se abren las barreras.
Ahora ya podemos seguir. Ya no hay automóviles ni autobuses. Los soldados acaban de perder la guerra definitivamente al entregar las armas. No hubo un general francés que recogiera la espada derrotada. La cosa no va con ellos. Simplemente hay que dejar los fusiles en el suelo. Al menos, las unidades han formado para entrar en Francia, que son el ejército de la República. Derrotado. Es la retirada.
La carretera, además de estrecha, es sinuosa. Un paraíso de mar y viñas que llegan hasta el agua. Cuesta un rato llegar a Argelès. Andando, mucho más. Nos hemos desviado hacia Collioure porque el maestro no se encuentra bien. Se quedará aquí, con su madre, cerca de España y del mar, ligero de equipaje, para decirnos adiós algunos meses más tarde. Adiós Don Antonio, le decimos nosotros también, hasta siempre.
Playa de Argelès, julio 2013. Le preguntamos a una socorrista por el Memorial de los Españoles. Ella no sabe, es muy joven y no es de aquí. Que preguntemos al jefe. Está la playa llena, más de cien mil personas. Es una playa enorme. Primero nos han metido dentro, así, sin más. Luego han ido apareciendo tablas para hacer cobertizos, al mismo tiempo que han instalado alambradas y han llegado soldados senegaleses para hacer guardia. Para que no nos escapemos. ¿Somos refugiados, o prisioneros? Han llenado también las playas de Saint Cyprien y Barcarès. Hace mucho frío, marzo de 1936.
Nos vamos hacia Elne. Un pueblo
pequeño, con catedral y claustro visitable. Nos desviamos a la maternidad de
Elne. Comemos en un prado cercano esperando que sea la hora de la visita.
Mientras tanto una vieja ambulancia con el símbolo de la Cruz Roja suiza ha llegado
con tres mujeres más. Refugiadas. Dos de Argelès, la otra de Barcarés. Están embarazadas, a
punto de dar a luz. Han visto cómo otras tenían sus hijos en la playa. En algún
caso, cómo los enterraron en la arena. Ellas tienen más suerte. Son ya muchas
las mujeres recogidas, los niños nacidos, gracias al esfuerzo coordinado por Elisabeth
Eidenbenz, justa entre las naciones, hasta con un título que el gobierno de la
monarquía española le entregó por cuidar de las republicanas españolas.
Al día siguiente (van pasando las
semanas, incluso los meses), seguimos visitando campos, nos van distribuyendo en
campos por el interior, decenas de campos, quizá los más importantes son los de
Le Vernet d´Ariège y Sept-Fonds, alrededor de Toulousse, y Gurs al norte de
Aragón y Navarra, que cuida un retoño del árbol de Guernica... Ciertamente no
son campos de exterminio, pero siempre las alambradas; no nos matan, pero
morimos, por enfermedades mal cuidadas, por falta de alimento, por malos
tratos. Algunos campos ya existían, otros los inauguramos los republicanos
españoles. Con la guerra y la ocupación nazi, tendremos que hacer sitio a los
judíos.
Y así los cementerios. En el de
Le Vernet hay brigadistas enterrados, en Sept-Fonds se quedó un riojano, de
Navarrete, Ignacio Loza, murió de meningitis tuberculosa.
En Gurs, el
cementerio con republicanos españoles es, sobre todo, de los judíos. Tampoco
allí fueron exterminados, de eso sí supieron las expediciones que salieron de
ese y de otros campos con destino al Este, los que se quedaron en Gurs murieron
por enfermedades, falta de atención, lo que ya sabemos. Y también, nos dicen,
porque algunos se dejaron morir. Cuando los llevaron a los campos franceses no
sabían lo que pasaba en Auswich o Mauthausen, en todo caso no podían entenderlo. Les habían quitado su trabajo, casa y bienes. Y no sabían por qué,
más allá de ser judíos. Judíos y alemanes. Lo habían sido siempre. Los habían
trasladado a un campo de concentración en el sur de Francia. No, no lo
entendían. Y algunos se dejaron morir.
Hoy, la “retirada” ha florecido
(es un decir) en miles de españoles franceses y franceses españoles que
sobrevivieron, o se cruzaron, con los republicanos que pasaron la frontera allá
en 1936. Cuando la retirada…