La noche del 16 de julio de 1942 en París, fue, seguramente, la más larga de su historia. Larga y vergonzosa. Tanto que no supo dónde meterse y acabó refugiada en el velódromo de invierno, Vel d'Hiv lo llamaban. Cuando amaneció había dejado en sus graderíos a 13.000 personas, sobre todo mujeres y niños. Judíos todos ellos y por ello, sólo por ello, candidatos a la muerte. Galardón que acabarían recogiendo en los campos de internamiento franceses o de exterminio alemanes.
Franceses. Eran franceses los
policías y los gendarmes que llevaron a cabo la redada, “la rafle” en su
idioma. Eran franceses también, mayoritariamente, los judíos detenidos y luego
deportados.
Ciertamente en esos momentos
Francia también combatía desde Londres a los ocupantes alemanes y a los
colaboradores franceses del gobierno de Vichy. Y en su territorio, la
resistencia, los maquis, entre ellos muchos españoles, reclamaban libertad,
igualdad y fraternidad con las armas en la mano.
Una cosa no quita la otra. No
todos los franceses fueron colaboradores, pero muchos sí. No todos los
franceses quisieron acabar con sus conciudadanos judíos, pero muchos sí, dejaron hacer al menos. Tampoco todos los franceses fueron miembros de la
resistencia, pero algunos sí. Y eso se sabe, eso es historia. Y por eso no hace
falta matizar tanto el reconocimiento que de la masacre, ejecutada por
franceses, ha hecho Hollande, como antes por cierto lo hiciera, y fue el
primero y único hasta este momento, Jacques Chirac en 1995.
Si yo fuera francés, qué gozada
con la posición y programa de Hollande, me avergonzaría de lo que representó el
gobierno de Vichy, del colaboracionismo de tanta gente y de la política-masacre
que se llevó respecto a los judíos. Y no se me caerían los anillos por ello, y
seguiría siendo tan francés como el que más. Como lo sería alemán, abjurando
por supuesto de la continua agresión de la Alemania imperial y luego hitleriana
al resto del mundo, especialmente a los judíos. Y por cierto, como alemán-ciudadano-del-mundo, estaría muy
cabreado también con su actitud económico-belicista contra otros países de
Europa en la actualidad. (Como español que soy, y a pesar de la lucha que
llevamos a cabo muchos antifranquistas, me avergüenza que Franco muriera en la
cama y no pudiéramos juzgarle en vida, como sí han hecho en latinoamérica con
Pinochet o Videla. Me avergüenzo también de que España como estado, país o gobierno,
no haya condenado definitivamente al franquismo. Y de más cosas por cierto,
pero nos saldríamos del tema y podríamos llegar a ocupar todo el espacio que la
indignación, enorme ya, va exigiendo por momentos).
Es cierto que, volviendo al tema
de los judíos, podríamos discutir y polemizar sobre su constitución como Estado
de Israel y el trato que han dado a sus vecinos árabes. También del recibido
por ellos, por supuesto. Pero cualquier consideración que nos merezca esa
triste y dura realidad, no podrá hacernos olvidar esa anterior realidad,
tristísima y durísima, de la persecución judía por el régimen nazi y sus
corifeos, o la existencia de los campos de exterminio donde murieron unos
cuantos. ¿Seis millones? Un genocidio en cualquier caso.
Dos películas recientes,
francesas como debe ser, del 2010, documentan desde la ficción lo que debió ser
“la rafle” del 16 de julio. Una se titula justamente así, “La Rafle” y está
dirigida por Rose Bosch. La otra es “La llave de Sarah”, una novela de Tatiana
de Rosnay que dirigió para la pantalla Gilles Paquet-Brenner. En las dos
películas, como en la realidad, son niños quienes protagonizan la historia,
buena parte de la historia. De la que se ve y de la que se intuye: su último
viaje a los campos de exterminio para ser, la palabra lo dice, exterminados.
Vale la pena verlas. Aunque la pena se convierta, a veces, en rabia o en
lágrimas y se os encoja el corazón.
Que los corazones de los hombres,
sus mentes sobre todo y hasta sus dioses, se llamen Dios a secas, Yahvé, Alá,
Mahoma, diosa Razón, de otra forma o de ninguna, arrojen a las mazmorras eternas de la
infamia a quienes pusieron una estrella en el vestido de cualquier ser humano,
a los que los persiguieron, despreciaron y mataron.
Os dejo un fragmento de película
Yo la vi en el Sahor, enorme cine, interminable pantalla. Entramos justamente,
era sesión continua, cuando se iniciaba la escena que vais a ver. Justo el
tiempo de sentarnos, y aquella gente (judíos celebrando una boda) bailaban con
una botella en la cabeza y levantando con los pies estirados el polvo de todos
los siglos, de todos los caminos. Me sigue pareciendo impresionante. La escena pertenece a otra película
sobre la vida y destierro de los judíos, en este caso en la Rusia zarista, El
violinista en el Tejado.
Salud, resistencia y acción.
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