viernes, 7 de septiembre de 2012

DE LA TRISTEZA Y OTRAS SOLEDADES


Lo que nos faltaba. Al fantasma recortable, mercadal y tentetieso que ahora mismo recorre Europa se une de repente y por todo el morro, el de la tristeza infinita. Qué tendrá la princesa, los suspiros se escapan, de sus piernas de oro, de su boca de fresa, que ha perdido la risa, el aplauso y color...

Vaya embolao. Con los medios de información malmetiendo todo el día y los tuiters de medio mundo echando humo y lágrimas por doquier, la gente va saludándose por la calle, “buenos días, tristeza”, o preguntando con retintín, “¿dónde vas, triste de ti?”.

La respuesta está en el viento, amigo mio. O en el vestuario, o sea, en la colectividad. Ante la tristeza que nos invade,  sólo cabe el antídoto de una palmadita en la espalda: todo lo que necesitas es amor. Una milonga de amor mejor que una triste balada de trompeta. Un parche para el corazón amargo, “partío” en ocasiones, necesitado de salud, dinero y amor, y no solo de sangre, sudor y lágrimas.

Pero no, la tristeza sigue ganando enteros, como la prima de riesgo en sus mejores momentos. Una canción para niños tristes, y mayores, pasen y vean señoras y señores, este es el circo del mundo que huele a tristeza, como al fondo en Hill Street, o en la calle de al lado, llamada Melancolía. Un poema para comerte el día, mejor veinte poemas aunque lo pagues con otra canción, desesperada seguramente.

Así van las cosas, la tristeza es mía y de nadie más. Y sin extra de Navidad para celebrarlo. Ni cordero siquiera, que este año se lo comerán los Tres Tristes Tigres, o el bueno del capitán Alatriste, que en su aún más triste y solitario final, reirá entre dientes, silbando quizá, el himno a la alegría que nunca aprendió.

Cierto, ya estaba escrito antes de que rodara el balón, la historia más triste es la de España, porque siempre acaba mal. (Lo malo es cuando ves que la etapa ya empieza regular).

Cierto, ya estaba asumido, especialmente por el mundo cristiano, y aún el mesiano: vivimos en un valle de lágrimas. (Y nada se dice del clima en las montañas circundantes, que no ha de ser bueno, menos aún el de las capas del suelo, antesalas del infierno).

Nada, que no somos nada. Y así nos quedan cien años más, de soledad, de pena y de aflicción. Como ovejas pastando en campos de soledad, mustios collados...

Y ya por terminar, dándole pena a la tristeza, una canción. Triste, de acuerdo, pero quede claro que quien la canta, mejor, quien la cantó, tuvo días luminosos, aunque él sólo se apagara la luz. Es rizar el rizo esta tristeza de amor. Pero, repito, este arquitecto de sueños con cuerpo de ola que se miró en el espejo de la gran ciudad, cantó bonito y lo hizo bien.

Va por ti, Hilario. Tristeza por tristeza, me quedo con la tuya. 



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