Lo que nos faltaba. Al fantasma
recortable, mercadal y tentetieso que ahora mismo recorre Europa se une de
repente y por todo el morro, el de la tristeza infinita. Qué tendrá la
princesa, los suspiros se escapan, de sus piernas de oro, de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, el aplauso y color...
Vaya embolao. Con los medios de
información malmetiendo todo el día y los tuiters de medio mundo echando humo y
lágrimas por doquier, la gente va saludándose por la calle, “buenos días,
tristeza”, o preguntando con retintín, “¿dónde vas, triste de ti?”.
La respuesta está en el viento,
amigo mio. O en el vestuario, o sea, en la colectividad. Ante la tristeza que
nos invade, sólo cabe el antídoto de una
palmadita en la espalda: todo lo que necesitas es amor. Una milonga de amor
mejor que una triste balada de trompeta. Un parche para el corazón amargo,
“partío” en ocasiones, necesitado de salud, dinero y amor, y no solo de sangre,
sudor y lágrimas.
Pero no, la tristeza sigue
ganando enteros, como la prima de riesgo en sus mejores momentos. Una canción
para niños tristes, y mayores, pasen y vean señoras y señores, este es el circo
del mundo que huele a tristeza, como al fondo en Hill Street, o en la calle de
al lado, llamada Melancolía. Un poema para comerte el día, mejor veinte poemas
aunque lo pagues con otra canción, desesperada seguramente.
Así van las cosas, la tristeza es
mía y de nadie más. Y sin extra de Navidad para celebrarlo. Ni cordero
siquiera, que este año se lo comerán los Tres Tristes Tigres, o el bueno del
capitán Alatriste, que en su aún más triste y solitario final, reirá entre
dientes, silbando quizá, el himno a la alegría que nunca aprendió.
Cierto, ya estaba escrito antes de que rodara el balón, la
historia más triste es la de España, porque siempre acaba mal. (Lo malo es
cuando ves que la etapa ya empieza regular).
Cierto, ya estaba asumido,
especialmente por el mundo cristiano, y aún el mesiano: vivimos en un valle de lágrimas. (Y nada
se dice del clima en las montañas circundantes, que no ha de ser bueno, menos
aún el de las capas del suelo, antesalas del infierno).
Nada, que no somos nada. Y así
nos quedan cien años más, de soledad, de pena y de aflicción. Como ovejas
pastando en campos de soledad, mustios collados...
Y ya por terminar, dándole pena a
la tristeza, una canción. Triste, de acuerdo, pero quede claro que quien la
canta, mejor, quien la cantó, tuvo días luminosos, aunque él sólo se apagara la
luz. Es rizar el rizo esta tristeza de amor. Pero, repito, este arquitecto de
sueños con cuerpo de ola que se miró en el espejo de la gran ciudad, cantó
bonito y lo hizo bien.
Va por ti, Hilario. Tristeza por
tristeza, me quedo con la tuya.
Qué bonita canción de tristeza la de Hilario Camacho.
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