Es cierto. Cuando escribo sobre París, o simplemente, París, le añado al menos mentalmente, lo de “con aguacero”.
En realidad no es que siempre esté lloviendo en París. Mucho
menos a base de aguaceros, con inundaciones y tormentas. Ni siquiera se tiene
miedo a que las aguas del Sena puedan anegar la isla de la Cité y arrastren con ellas
a Nôtre Dame y a su jorobado de toda la vida. Y de toda la muerte.
Porque lo que César Vallejo anuncia, más que un simple
aguacero, es su propia muerte, cuando escribe:
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también
con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
(Piedra
negra sobre una piedra negra, en “Poemas Humanos”)
Y es que
al aguacero de César Vallejo a mí ya me inundó hace mucho tiempo. Desde que lo
conocimos. Debió ser en 1971 o 1972, cuando apareció por Logroño Mariano Casanova, poeta
peruano, como Vallejo. Nos llegó de la mano de Javier Pérez, buen amigo y buen
poeta, y los dos nos propusieron a los del Rebaño Feliz que musicáramos y
recitáramos la poesía de César Vallejo. Aquello fue muy bonito, didáctico y
entrañable. Lo primero de todo porque supimos de la obra de Vallejo, su vida en Perú, su
militancia comunista, su viaje a la URSS, su amor a España, su muerte en París.
Luego, porque pudimos darlo a conocer en una actuación memorable de la que
muchos guardamos un venturoso recuerdo.
Entonces
fue cuando puse música y cantamos uno de los más grandiosos poemas que yo haya
conocido en mi vida, “Masa”. Quizá porque sentí, escuché y vi venir a los
“veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando <Tanto amor y no poder nada
contra la muerte>”… (Luego, muchos años después, seguía viéndolos y escribí sobre ello y sobre ellos).
Estaba
también su elegía a Pedro Rojas “de Miranda de Ebro, padre y hombre” que “solía
escribir con su dedo grande en el aire: <Viban los compañeros>”, con esa
b enorme, de ferroviario y “de buitre en las entrañas”.
Y esa tremenda premonición con la que cerraba el libro
“España, aparta de mí este cáliz”:
“Niños del
mundo,
si cae
España –digo, es un decir-
si cae…”
Cuando
Vallejo murió en París en 1938 el aguacero que se lo llevó venía de España, a
punto de caer...
Os dejo
“Masa” en dos versiones. La primera recitada. Enorme.
La segunda
cantada, ¿qué puedo decir? No sé quién hizo el montaje, pero bueno, se escucha
muy bien.
Vallejo y
salud.
Me emociona Vallejo y me ha emocionado esa canción. Muchas gracias, Jesús, por rescatarla.
ResponderEliminarHay otra "Masa", recitada por "Los Calchakis", que empalman en el disco con el poema de Nicolás Guillén: "La Muralla". Ese fue mi primer contacto con el camarada Vallejo, luego vino "Trilce" y las palabras emocionadas de "España, aparta de mí este cáliz". Por fortuna César Vallejo sigue vivo en memorias como las nuestras. Gracias Jesús por recordarlo junto a París.
ResponderEliminarVallejo siempre. 'Masa', para siempre. Las dos interpretaciones estremecen.
ResponderEliminarEmocionan porque son auténticos, y el compositor de la música también. (Es que hay cariño, hasta en la discrepancia:)
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