viernes, 13 de enero de 2012

Érase una vez... cuando no tuve una perrita

La trajo a casa mi hermano pequeño. Pero más que suya lo fue de mi madre. Aunque era él quien la sacaba a pasear. Supongo, porque yo ya no vivía allí. Pero a veces la llevábamos a callejear  y recuerdo su presencia en el coche, con la ventanilla abierta para que disfrutara de las vistas, paisaje y paisanaje.
Que ladraba especialmente a los paseantes con sotana, prenda más utilizada entonces que ahora (también la población tonsurada era seguramente mayor), es un hecho del que los familiares cercanos podemos dar fe, aunque no explicación científica, ni siquiera sociológica. De hecho entre los informes que estudian comportamientos y ladridos del animal más amigo del hombre, nunca encontré alguno que relacionara su expresión ladradora con esa u otra parte de la humana población.
Pero de quien se hizo amiga era de mi madre. Junto a la mesa camilla del cuarto de estar había dos sillones de mimbre que miraban hacia la televisión. En uno se sentaba mi madre, con las agujas de tejer por ejemplo, y en el otro la perrita, que dirigía su atención indistintamente hacia una u otra, la televisión o mi madre. Y más que poner cara de entenderlas, yo creo que las entendía a las dos por igual.

La perrita no era muy grande y no tenía pedigrí. Pero sí mucho estilo, inteligencia y un nombre muy largo, con apodo incluido, que hacía justicia a sus muchos méritos y a otras tantas historias de nuestro atribulado mundo: Marilin Mahoma Monroe, la zorra del desierto. Pero así, entre nosotros, y en la intimidad (¡qué bonita expresión!), la llamábamos Mahoma. Y conseguimos de ella lo que nunca de la montaña: que se acercara a nosotros cuando se lo pedíamos y la llamábamos por su nombre.

Y ocurrió que un día su mentor y paseante decidió como de improviso y sin avisar, cruzar el canal de la Mancha, o quizá los pueblos y llanuras de La Mancha, que de todo tuvo la aventura. Y aquello le pareció tan lejano e inverosímil a mi madre, que puesta a perder compañías decidió quedarse sin la cercana y sosegada de Mahoma  y hubimos de mandarla al exilio en un viaje de cuyas circunstancias no ha quedado memoria en los ficheros de las tristes despedidas. Como tampoco de esa otra excursión, dos semanas después, para intentar recuperarla. Lo que resultó imposible de todo punto. Que por los siglos viva el recuerdo de Marilin Mahoma Monroe en la enciclopedia por escribir de los seres perrunos.

Así que nunca he tenido perro, pero entiendo a quien los pasea, llama y acaricia. Y me  subyuga cuando veo a Pilar, a Nano, a Mamen o a José Vicente, por citar a algunos próximos, ponerse los guantes desechables y recoger las deposiciones de sus amados animales para depositarlas en cualquiera de las papeleras cercanas. Tiene algo de entrañable ese acto de acompañamiento y de urbanidad, tan parecido por otra parte, permítaseme el símil, al cambio de pañales de nuestros pequeñuelos cuando las circunstancias lo exigían. Que eran varias veces al día, creo recordar.

Y sin embargo... Hay ocasiones en que uno no puede caminar por las calles del barrio, y aún del extrarradio, con la vista levantada oteando el horizonte, o buscándole cosquillas a la imagen de la luna que se va desdibujando apabullada por el día que amanece, porque de hacerlo así puede que tus zapatos se tropiecen con esas otras deposiciones sin recoger y acaben llenos de mierda, que es como traduce el vulgo lo retratado. Y es una mierda, un fastidio. Y jode. Y le jode más a Pilar, a Nano, a Mamen o José Vicente, que a ellos también les pasa, siempre con la mierda de los otros, que la de los suyos la recogen como ya se ha dicho. Y ahí ves, muchas mañanas, como el taxista de la esquina, o la peluquera presurosa, el profe que arriba al Colegio o cualquier otro mortal que la enfrenta, se lleva puesto en los tacones los restos de ese pastel maloliente que inútilmente ha intentado limpiar con el bordillo de la acera.

Claro que por lo que cuentan los libros de la historia urbana y de andar por casa, nada que ver con la oficial y su traducción novelística o peliculera pongo por caso, peor debía ser el deambular por las callejas de herrerías, cuchilleros, judería o ruas de Santiago, allá por la Edad Media siglo arriba o siglo abajo. Entonces sonaba una voz “Agua va”, que no era aviso ni amenaza, sino aguacero sobrevenido, de manera que el viandante o deambulante sólo tenía tiempo de articular “Mierda” antes de sentirla sobre la capa o salva sea otra parte de su vestido, cabeza incluida. Con o sin gorra calada, que eso sería ya de película, aunque ese extremo no lo recojan las susodichas, que únicamente se preocupan de mostrar al enamorado camino de la ventana enrejada o de la pelea en la que se jugará el honor, y adonde nunca podría llegar con tamaños olores y regalos.

Así que uno se pregunta. ¿En la Edad Futura, siglo arriba o siglo abajo, habrán los humanos, especialmente algunos, aprendido la lección de la recogida de la mierda de sus perros de compañía? Si es así, que Dios o alguno de sus delegados se lo premie, en otro caso que se abra a sus pies el infierno pleno de boñigas. Y se los trague.

Incluso para ellos, pero sobre todo para Pilar, Nano, Mamen o José Vicente, Luismi por supuesto, sigue a esta diatriba un poema que escribí para un libro que coordinó Diego Marín, titulado “Vida de perros” y en el que mezclaron sus plumas y perros gentes como Antonio Gala, los Luis A., de Villena y de Cuenca, Jesús Munárriz, Andrés Trapiello, y mis amigos Javier Pérez Escohotado, Antonio de Benito, Begoña Abad, Sonia San Román, Enrique Cabezón y tantos otros de aquí y de acullá. Todos con su perro. Como yo, que nunca tuve ni siquiera una perrita.


    Un verso perruno, me dices,
pues mira, tenía una vez…

    Así que un verso perruno, veamos,
ella se llamaba Mahoma,
Marilin Mahoma Monroe,
y se fue, mejor, la echamos.

Mi madre no podía soportar
su compañía
y la ausencia del hijo que la trajo,
y que se fue a comerse el mundo,
sin avisar,
(y sin desayunar aquella mañana).

    ¿Cuántos versos has dicho?
Ya, no tuvo ningún sentido
pero nos hizo buscarla
en la espesura del mar.

Cuando volvimos sin ella
supo que las tardes perdían sus hojas,
se sintió más vieja y más sola
y se perdió un poco más,
en otro bosque cualquiera.

Aquella perrita, Mahoma,
nunca soñó con un verso, además,
no tenía pedigrí,
pero llevaba la voz en la mirada.
Eso sí, tenía un defecto,
sólo ladraba a los curas…
a saber quien la enseñó.

3 comentarios:

  1. una maravilla de compañía la que hacen los animales, jesús.
    yo ahora más que de perro, presumo de hurón -compañero de viaje y horas de estudio- que es ya parte de mí misma.
    esos ojos vivos que necesito a veces para levantarme por la mañana, la complicidad de unos mimos a deshoras que me dan la vida.

    un abrazo enorme desde la ciudad condal
    salud y república

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  2. Yo tampoco tuve tampoco un perro, por contra tuve periquitos, (Popo, PopoII, Popa) todos vivian sueltos por casa (eran unos guarros) pero cuando era la hora de la comida Popo, se posaba en el hombro de mi mujer o en el mío y nos picaba el papo hasta que girabas la cabeza y metiendo la cabeza en la boca te robaba la comida. Curiosamente se murió de hambre.
    Luego tuvimos un pato, Otilio, que al llegar el invierno lo dejamos al cuidado de unos vecinos, en la sierra y acabó en "pato a la naranja". Repetimos con los patos, Otilio II y Otilia. Estos tuvieron mejor suerte, acabaron en el estanque del Parque del Carmen.
    Llegó el momento del Hamster, y ahí fue cuando se desencadenó un principio de alergia. Murío de achicharramiento en un viaje a Oropesa del Mar.
    Y por fin rematamos la faena con un gato. Era Persa, con pedigrí (no lo compré, me lo regalaron)Era gris azulado, orgulloso, chulo, arrogante, se paseaba por la casa como si fuera suya, despreciativo. No le cortamos las uñas ni lo capamos, le tragimos en tres ocasiones gatas en celo y se las cepillaba en cuanto estaban descuidadas. Solo a una la dejó preñada.
    El gato era realmente de mi mujer, claro que le ponía un taburete a la hora de comer, junto a ella y le daba de todo. Dormía a los pies de mi mujer en la cama. Cuando llegabas a casa te lo encontrabas en la alfombra dormitando, tenías que vadearlo o saltarlo porque el cabrito de él no se movía. Se convirtió en el rey de la casa. Por las noches, mientras veíamos la tele, se aposentaba en el regazo de mi hija pequeña y se quedaba "sopa total".
    Ya hemos hablado antes de las alergias. Pues bien, se desarrollaron y de forma alarmante en mi mujer y las dos hijas. A mi mujer fue asmática y un día, antes de que vinieran las hijas se fue al veterinario y le buscó una familia de acogida. ¿Saben ustedes lo que son tres mujeres llorando por un gato? Mejor no lo describo.
    Y desde entonces prohibí la entrada de animales, a excepción de los que hablan, en casa.
    Solo me ha faltado decir, que se llamaba Gustavo.

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  3. La tuya anticlerical; la mía a falta de sotanas...es un poquito xenófoba (y no amplío información ni nadie le ha enseñado a que lo sea); y más, uniformes con fluorescencias que ve, allá que se lanza a ladrarles sin parar, no distingue a un barrendero de un policía; y el barrendero de mi barrio es muy simpático y hasta le hace gracia, pero algún policía que otro me ha mirado con muy mal mirar alguna vez.

    Lo de la ventanilla del coche debe ser cosa de perros, porque la mía disfruta de lo lindo con lo mismo, y con las orejas al viento.

    Todos los perros van al Cielo, tú, como acabarás por allí también, sólo tendrás que gritar en voz baja su nombre o nombres, (eso sí, tendrás que especificar primero: busco una perrita. No vaya a ser que aparezca la Monroe y te cree un serio conflicto familiar)de paso encontrarás a tu madre haciendo punto.

    Convivir con un perro es como tener un niño en casa permanentemente, por muchas razones.

    Para tu información tienes que saber que quienes no las recogen están compinchados con los loteros, estos últimos son tan culpables como los que no agachan el lomo.

    ¡Qué tiempos aquellos! Hasta la perrita al exilio.

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