Hoy, viernes sin verano y casi de paraguas,
empiezo con un artículo de la Constitución Española, que es la que más cerca
nos pilla a pesar de lo que está cayendo.
Artículo 16
1. Se garantiza la
libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades
sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el
mantenimiento del orden público protegido por la ley.
2. Nadie podrá ser
obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
3. Ninguna confesión
tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias
religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de
cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
Lo adelantaba el viernes pasado. Una medalla, como la que nos dieron, no
era militar y supuestamente tampoco religiosa. Y digo supuestamente tampoco,
porque en realidad sí que algunos de los receptores de la misma acompañan con
su insignia, con esta insignia, a procesiones, réquiems y velatorios de
contenido religioso. Digo, y repito, con esta insignia, porque es cierto que
más de uno de quienes han recibido esta medalla de San Bernabé son por otra parte
cofrades de no sé qué cofradía. Y como tales hacen muy bien en cumplir sus
estatutos, votos o sueños.
Porque esto no va contra la religión. Ni siquiera contra la católica (es
una expresión hombre…). Solo trato de diferenciar lo civil de lo militar y de
lo religioso. Mucho más cuando quien se empeña en confundirlo, una y otra vez,
es el poder civil al flirtear o abrazarse directamente a símbolos y
celebraciones religiosas. Aunque se las llame festivas, aunque se las vista de
populares…
Quien lo tiene claro es la Iglesia. Cuanto más, mejor. Y algunos no
entienden que cuando los políticos llevan las andas procesionales con una mano,
con la otra reafirman el convenio de concertación con, por ejemplo, un colegio
del opus de aquí mismo que incumple cualquier norma exigida y exigible. Sólo es
un ejemplo, que las noticias del día nos cuentan más y mejor sobre lo que
demanda Rouco Varela, acerca de la religión católica en las escuelas o de la
nueva ley del aborto.
Por eso estas fotos aquí, con la alcaldesa y concejales del ayuntamiento de
Logroño sosteniendo, o apoyando que también se podría decir, al patrón San Bernabé.
Agradeciéndole, supongo, su intervención divina cuando fuera, o pidiéndole que
lo haga de nuevo en estos tiempos de invasiones financieras tan feroces o más
que las de hace siglos.

Y siento no haber encontrado una foto más, donde se veía también a la jefa
del grupo socialista del ayuntamiento en la misma labor. Pero me consta. Sobre
todo, le consta a ella. Que tendrá sus razones para hacerlo, cómo no. Como las
tuvo el gobierno socialista de Logroño, en la pasada legislatura, para reinventar
la procesión de la Virgen de la Esperanza, esperando y laborando porque todas
las asociaciones de la ciudad la acompañaran en su procesión. ¿Quizá porque una
corporación franquista la nombró alcaldesa de la ciudad?
Dejemos a la propia cofradía de esa Virgen que maneje sus intereses y por
supuesto que asista a la procesión, y a cualquier otro acto religioso, quien
quiera, pero, parece lógico decirlo, por motivos religiosos.
Este es un tema eterno, como la noche de los tiempos, como los años que
llevamos laborando por conseguir esa separación de Iglesia y Estado.
Yo no sigo, pero le dejo el espacio a Julián Casanova. Este artículo lo ha
publicado esta semana en su feisbuk:
Ahí sigue
el Concordato con el Vaticano, sesenta años después.
En agosto de 1953, el Gobierno de Franco firmó un nuevo Concordato con el
Vaticano. Franco se apresuró a describir a España como «una de las grandes
reservas espirituales del mundo».
De los
numerosos privilegios y poderes que ese Concordato otorgó a la Iglesia española
destacaba la provisión por el Estado de las necesidades económicas del clero y
la obligatoriedad de que en todos los centros docentes, estatales o no, la
enseñanza se ajustara «a los principios del dogma y de la moral de la Iglesia
católica». La propaganda de la dictadura lo contempló como un triunfo tanto
para la Iglesia como para el Estado porque, en palabras del propio Franco, no
cabía «en una nación eminentemente católica como la nuestra un régimen de
separación entre la Iglesia y el Estado, como propugnaban los sistemas
liberales». La sumisa identificación de la Iglesia católica con Franco alcanzó
en ese momento su cenit. El papa Pío XII le concedió poco después la Orden
Suprema de Cristo, la Universidad de Salamanca le dio el título de doctor
honoris causa en derecho canónico y los obispos españoles reprodujeron las loas
y adhesiones incondicionales que habían iniciado con la guerra civil.
Franco ya no está, es
obvio, afortunadamente, pero ¿cómo es posible que todo eso esté vigente
todavía, ahora que se van a cumplir 60 años? Claro que ya sé qué es lo que van
a pensar muchos, siempre a vueltas con las famosa frase: "con la que está
cayendo". Y usted con esas cosas. Pues nada, que dure otros sesenta.
Julián Casanova
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