En estos últimos días me he cruzado
con fechas y hechos de cierta importancia en este camino que vengo transitando
hace ya muchos años. Una senda que, para entendernos, cruzaría las tierras de
lo que denominamos MEMORIA HISTÓRICA. Un caminar del que me siento orgulloso y
que he compartido con mucha gente, sintiendo además, cuando no el apoyo de la
mayoría, sí, al menos el respeto general por el trabajo realizado. Que no sólo
es la publicación de mis investigaciones sobre la represión en La Rioja, sino
también la labor que, de forma colectiva, estamos llevando a cabo muchas
personas a través de la Asociación la Barranca. Sin motivaciones ocultas, sin
buscar el reabrir heridas que, en todo caso, nunca antes se habían cerrado, sin
deseos de venganza o de revancha, pero sin aceptar el silencio obligado por la
dictadura y aconsejado después por los grupos políticos que hicieron la transición. Y así hemos hecho nuestras, y
hago mías, esas palabras que aparecieron hace años en uno de los informes de
Amnistía Internacional: Verdad, Justicia y Reparación. Y en eso estamos.
Recordando, por ejemplo, el empuje
infinito de las que llamamos “mujeres de negro”, madres, esposas o hijas de los
riojanos que fueron asesinados en la Guerra Civil o en la dictadura. Mujeres
vestidas de negro y de dignidad que sufrieron en muchos casos y además de la
muerte de los suyos, cárceles, vejaciones y multas. Que consiguieron preservar
su memoria y hasta los lugares donde habían sido sacrificados. Y lo hemos hecho
colocando una escultura alusiva en las fosas-cementerio civil de la Barranca y
con una exposición que recoge los rostros de 60 de esas mujeres, y que ha
podido verse en Logroño, Fuenmayor, Alfaro y Navarrete (en esta localidad a
pesar de la negativa de su alcalde en ceder la sala de exposiciones municipal).
Ahora mismo está (estaba cuando lo escribí) en el Instituto de Fuenmayor.
O llevando a cabo una exhumación en
Montenegro de Cameros. Allí fueron asesinados en la madruga del 26 de
septiembre de 1936, nueve riojanos, cuatro vecinos de Torrecilla, cuatro de
Nieva y uno de Pradillo. En este caso hemos contado con la colaboración total
del alcalde y ayuntamiento de Montenegro y con el concurso técnico de la
Sociedad de Ciencias Aranzadi. La exhumación ha sido noticia en los medios de
comunicación riojanos y nacionales y ha generado también muchos comentarios.
Algunos, desde el respeto a las personas enterradas y a sus familiares,
plantean si la exhumación es la única alternativa. Cierto que otra podría ser
la de señalar las fosas con alguna placa y dejar los restos en ese lugar, pero
esa decisión corresponde siempre a los familiares. Lo que es más triste, por
cruel e inhumano, es escuchar a quienes dicen que dejemos de revolver y aún
cosas peores. Todo porque mucha gente quiere saber qué pasó con los suyos, con
los “tumbaos”, y sacarlos de las fosas comunes donde literalmente se les tiró,
para enterrarlos “como Dios manda”, que se dice en este país. Sé, porque alguna
vez lo he podido comprobar, que cualquier persona con buena voluntad acaba
aceptando el hecho con sólo ponerse en el lugar de los familiares de las
víctimas. Si alguien no está de acuerdo, que pruebe a hacerlo.
Y no es excusa para no aceptar las
exhumaciones de los asesinados o la publicación de sus nombres, el argumento de
que hubiera muertos en todas las retaguardias y en todos los frentes. Eso ya lo
sabemos. Eso es un hecho. Y de eso también podemos y debemos hablar. Porque
este país tiene, además de otros muchos problemas, y sé que los económicos son
ahora los más notorios y preocupantes, uno grande, muy grande, que, queramos o
no, nos ha acompañado y muchas veces condicionado a lo largo de los últimos
años. En los de la dictadura por supuesto, pero en los de la era democrática
también. El problema de construir nuestro futuro desde el conocimiento y
aceptación de nuestro pasado, y me refiero aquí al que corresponde a su época
más negra y trágica en todos los sentidos, y en todas sus vertientes, el de la
Guerra Civil y la dictadura franquista.
Es evidente que hay personas que
prefieren desterrar para siempre esta historia, esta búsqueda de la verdad.
Para ellos la Guerra Civil ya pasó, unos ganaron, otros perdieron, ya está. La
cuestión es que realmente la guerra no acabó el primero de abril de 1939. Se
prolongó de muchas formas durante casi 40 años, todo el tiempo en que los
vencedores siguieron venciendo a los vencidos. Mientras tanto, ellos, los vencedores,
enterraron a los suyos con honores, contaron “su” historia y cerraron el camino
a cualquier otra posibilidad de entendimiento de todos y entre todos. Y como
eso no se hizo nunca, alguna vez habrá que hacerlo. Empezando, como es lógico y
natural, por devolver el derecho a recuperar su historia, su dignidad y los
restos de sus familiares, a los perdedores.
SALUD. VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN.
¿Y si comenzáramos a preparar un SANTORAL LAICO, de aquellos mártires de la guerra que murieron por sus ideales democráticos habiendo tenido una vida ejemplar en todos los sentidos?
ResponderEliminar